Constantemente siento que me han robado una parte de mí. Se siente como si mi corazón estuviera posado en un inmenso ataúd. A su alrededor no hay nada más que un vacío. Un vacío que es la nada misma. Un vacío que anhela ser llenado con algo, con una existencia quizás. Me siento vieja. Los años han corrido tras mis ojos mientras mis pies se aferran a la misma tierra. Las promesas que me hice cuando era joven, cuando mis ojos rebosaban de ternura, se han extinguido. Ahora cuando miro mi reflejo en el espejo no logro identificarlo. Aunque las fotografías digan que sigo siendo igual, que no he cambiado, esa no soy yo. Me despierto y siento en mis entrañas una tristeza profunda hacia la vida. La vida que me prometí, una vida en que las letras serían mi alimento, nunca llegó.
Estoy cansada de fingir, de tener que actuar, cuando en la realidad todos estamos concentrados viviendo nuestras vidas. Y es que vivir duele porque sabemos que esos momentos de sosiego nunca serán eternos. Pero aún así nos aferramos. “¿Por qué somos tan necios?, se preguntó mientras cruzaba Victoria Street. Solo Dios sabe por qué la amamos tanto, por qué la vemos como la vemos, inventándola, construyéndola a nuestro alrededor, derribándola, creándola de nuevo a cada momento; porque hasta las mujeres menos atractivas que pudiera imaginarse, los desechos más miserables que se sentaban en los umbrales de las puertas (derrotados por la bebida) hacían lo mismo; estaba totalmente convencida de que ninguna ley lograría dominarlos, y por esa misma razón: la de que ellos también amaban la vida. En los ojos de la gente, en cada vaivén, paso y zancada, en el fragor y el tumulto, en los coches de caballo, automóviles, ómnibus, camionetas, hombres-anuncio que giraban y arrastraban los pies, en las bandas de música, en los organillos, en el júbilo y el tintineo y el extraño cielo, estaba lo que ella amaba: la vida, Londres, aquel instante del mes de junio”.
No me quiero prometer nada más que vivir. No quiero más promesas que se marchitarán con el paso de los días. Solo quiero vivir una vida sencilla. Recostarme en un campo de lirios violáceos, mientras los colores del cielo me embriagan con el paso del tiempo. Una vida sencilla olfateando libros empolvados, dejando libros a la mitad, llevando otros en mi corazón. Una vida sencilla en la que mis letras no tengan que fingir, no sufran por no ser leídas. Solo anhelo eso.